Está bien, reconozco que cierta paranoia invade mis pensamientos
muy a menudo y es por eso que hay cosas que, eventualmente, podrían afectarme
el doble o sencillamente podrían AFECTARME, dado el hecho de que si tales
eventos no son ciertos y sólo aluden a mi imaginación desbordada, entonces,
dichos actos no existen como tal. Pero, obvio, afectan de igual modo todo mi
ser, pues son producto de estados desorbitados que a ratos me acompañan (son
antojadizos y caprichosos, seguro).
Sin embargo, si lo que es no
es paranoico de ser pensado, entonces ES. En caso contrario, si la paranoia
es la que domina mis acciones/reacciones, es apropiado decir que está muy bien
que yo esté conciente de esto, puesto que entonces tan perdida no estoy. El
paranoico sabe que lo es, mas no puede evitarlo… o quizás es tanto su estado de
paranoidad que incluso se siente perseguido de sí mismo y hasta sus propias
reflexiones podrían parecerle sospechosas. Nadie se vuelve paranoico porque si
no más, y es tal vez aquella desconfianza paranoiquial la que genera dramas
que, sin duda, se arrastran de “asuntos
pendientes”. Y son estos mismos “asuntos
pendientes” una constante en mi existencia.
Esas guitarras, que conocí tiempo atrás una noche de verano en ese
hermoso bar jazzero, lo sabían. Sabían de mí y mi forma, y planearon mi
exclusión para sacarme de sus vidas por siempre… ¿¡Por qué!?
Describiré:
Con la primera guitarra, que era bastante buena, mas no la mejor,
viví momentos maravillosos, creamos y también peleamos bastante, a veces no nos
comprendíamos… ella era acorde mayor y yo menor. Con la segunda guitarra,
experimenté instantes mágicos, y a decir verdad ésta sí que era excelente, superaba a la anterior en
experiencia; nos mirábamos y sabíamos lo que cada cual pensaba, la tocaba con
devoción, nunca hubo peleas. Los dos instrumentos me gustaban mucho, pero debía
decidirme, no sé por qué. Sucede, es probable, que la necesidad de posesión de parte de estas cuerdas
sonoras hacia mí era muy fuerte y demás está decir que lo establecido por la sociedad
musical es estar con una sola... vaya a saber uno por qué se inventó tal
estupidez (maldita invención). Y yo no quería decidir, no quería perder. Me
apenaba.
Estas dos guitarras se conocían entre sí, se habían visto por ahí
un par de veces, mas no eran amigas (menos mal).
Un día se toparon, como a veces pasaba, en aquel bar jazzero, en la
Jam Session que todos los miércoles allí se realizaba. Siempre ahí se tocaban los
standards de jazz que a mí, aunque comunes, me fascinaban (me fascinan aún). En
ese momento mi paranoia o no-paranoia (esto análogo al “cumpleaños y el
no-cumpleaños” de Alicia en el País de
las Maravillas) comenzaba a hacer estragos en mi cabeza, una sensación de
desmayo se apoderó de mí.
Y entonces llegó el turno de que estas guitarras, hermosas, se
subieran al escenario… la canción: All
The Things You Are, original de Jerome
Kern, pero versionada una infinidad de veces por otros músicos. No era
extraño que a veces se subieran dos guitarras a tocar o inclusive tres. Pero
esta vez fueron sólo estas dos… mis amores, mis pasiones, mis desesperaciones.
Yo lo sabía, la mejor improvisación sería crucial para poder DECIDIRME, era el
instante de hacerlo… aunque, secretamente,
tenía ya más inclinación por una... evidente era.
Y llegado el momento en que éstas tocaron, nada sucedió. La música se detuvo “¿Qué mierda pasa?” pensé. Las miradas de mis guitarras dejaron sus cuerdas para posarse sobre mí, que estaba en la mesa más próxima a ellas dos. Intensos ojos me observaban serios. Fue aquí el momento en que la paranoia se hizo totalmente presente, de manera que empezó a causarme demasiado daño, derechamente; no podía dejar de imaginar todo lo que podía suceder:
Y llegado el momento en que éstas tocaron, nada sucedió. La música se detuvo “¿Qué mierda pasa?” pensé. Las miradas de mis guitarras dejaron sus cuerdas para posarse sobre mí, que estaba en la mesa más próxima a ellas dos. Intensos ojos me observaban serios. Fue aquí el momento en que la paranoia se hizo totalmente presente, de manera que empezó a causarme demasiado daño, derechamente; no podía dejar de imaginar todo lo que podía suceder:
¿Tirarían sus
instrumentos al suelo?
¿Me los lanzarían
por la cabeza?
¿Gritarían a
todos los presentes lo que yo hacía con ellas?
¿Me matarían?
¿¡Cómo cresta fue
que se enteraron que yo estaba con ambas al mismo tiempo!?
Pues por más que con la primera peleáramos mucho, había un fuerte
lazo (que parecía imposible romper). Y con la otra guitarra, aunque cortos los
instantes en que compartíamos, fueron siempre muy intensos (demasiado, diría
yo) y eso me encantaba… “¿¡Qué pasaría!?”.
Nada.
Con un desprecio simplemente se fueron y no volvieron a verme
nunca más. Yo tampoco las busqué ¿Miedo?
Lo único concreto es que esa noche estas dos maravillosas guitarras me
abandonaron. Sufrí. Sufro. Ahora eran malignas.
El día que me excluyeron duró una eternidad… ¿O no?
Mayda Plant