domingo, 17 de febrero de 2013

El cazador de sombras.



La noche estaba muy fría como para que pudiera recordar con exactitud lo que había ocurrido. El detective encargado de investigar el caso trató de dialogar con él, pero fue imposible sacarle palabra alguna. Estaba en shock. Y a decir verdad, el frío de la noche poco o nada tenía que ver con que él no pudiera recordar; en realidad, ese sólo había sido el pretexto. Y no era para menos, después de lo ocurrido cualquiera decide no tener memoria y no hablar nunca más.

-Es que no se trata de decidir- dijo al fin Nicolás, que miraba con ojos desorbitados al detective- sino de aceptar la idea de que hablar será mi condena-.

Ciertamente nadie le entendió y por lo mismo pensaron que era uno más de tantos otros típicos jóvenes que se vuelven locos debido a la adicción a alguna droga y que alucinan con cuanta cosa fantasmagórica exista. Así es que el detective decidió, junto a los policías que le acompañaban, que era mejor que dejaran en paz al "asustado muchacho" (eufemísticamente hablando, por cierto, pues le hubiera encantado decir enfermo-estúpido-iluso muchacho).

Esa noche Nicolás dormiría en prisión, pero... jamás durmió. ¿Qué le había pasado al pobre Nico? Pobre, sin duda, porque no tenía más que la ropa que traía puesta y dos mil pesos que le había robado a un compañero de trabajo de la billetera y que ahora mantenía en su bolsillo derecho. Se tocó el bolsillo como tratando de asegurarse de algo que ya se había asegurado antes... y créeme, se debe haber tocado unas 50 veces el bolsillo de su tembloroso y sucio pantalón para verificar si sus billetes ahí estaban, mas en lo absurdo que eso podía ser él mismo entendía que no sacaba nada con seguir haciéndolo, puesto que ya todo estaba perdido; independiente de la cantidad, el dinero no le servía, ya no. Pensó en ello y un escalofrío brutal recorrió su cuerpo. Él sabía, sabía todo, sin embargo, ¿Qué era lo que sabía? Sabía, desde luego, de espíritus, de duendes, de brujas, de vampiros, de monstruos varios, pues su debilidad eran las novelas de fantasía y terror. Las leía con fervor, les dedicaba mucho tiempo, muchas horas de su vida. Y en su obsesión y delirio con esto, es decir, con que esto pudiera no ser ficción y ser, efectivamente, parte de la realidad, llegó a creer que los dos mundos, el ficticio y el real, eran uno sólo y que la razón por la cual los monstruos no se presentan ante nosotros abiertamente es porque éstos prefieren andar en las sombras, escondidos como el sol que se esconde por las noches (o como a nosotros nos parece que se esconde) y silenciosos y ausentes como los dioses frente a las plegarias humanas.

Debido a ello, Nicolás, un día, ya hastiado de su aburrida e inerte "verdadera vida" -muy a pesar de sí mismo así llamaba a esa parte de su existencia que nada tenía que ver con la magia novelesca de sus secretas fantasías, ya que tenía claro que fuera de todo aquel universo imaginario (y a ratos, no tan imaginario) había allá afuera un planeta que funcionaba de acuerdo al incesante movimiento de las manecillas del reloj- decidió oportuno salir a las calles a buscar a estos seres del Más Allá para traerlos al Más Acá y con eso demostrarles a todos que no estaba loco, que sus ideas eran cuerdas y brillantes, y entonces dejar de ser la figura sombreada que por siempre había sido y ser, por única vez en su vida, respetado y admirado por ese pueblucho que tanto le importaba (por qué habría de importarle, se preguntarán). Así también, puedo decir que tal pasatiempo, que lo mantenía ocupado sólo algunas veces, cuando su laboralidad se lo permitía, le hizo merecedor del apodo "el cazador de sombras", cruel apodo que por alguna misteriosa razón parecía llevar con orgullo, a pesar de las burlas de ciertos lugareños que lo conocían.

Pero... siguiendo. Luego de aquella espeluznante noche Nicolás supo más, mucho más, muchísimo más de lo que él pensó que podía ser posible saber.

Y entonces...

La noche en que acaecieron los extraños hechos que dejaron a Nicolás sin habla y sin memoria empezó cuando se dirigía, como todos los días normales de su soporífera vida, a su casa después de haber trabajado arduamente en las labores correspondientes a la empresa donde era empleado. Odiaba a su jefe tanto como le tenía miedo por ende no se sentía capaz de contradecirlo ni menos de enojarse con él o como quizás te podrás imaginar tampoco era capaz de caer en ese juego infantil de hacer muecas y gestos cuando algo no le parecía bien, por lo que hacía caso en todo lo que el mandamás dictara, como un escolar atemorizado. Y para colmo, justo aquel día en que el hecho fatídico ocurrió, el "detestable" (así llamaba en secreto al jefe) le había dado una orden imposible de eludir -como todas las demás órdenes, en realidad, aunque ésta era de importancia extrema, por lo que por ningún motivo podría zafarse tan fácilmente- y es por esa razón que mientras caminaba hacia su casa se sentía muy cansado y con rabia. No podía dejar de pensar en su antipático jefe. Se le vino a la cabeza, posiblemente como euforizada reflexión la idea de acabar definitivamente con él:

- Triturarle las piernas con cualquier cosa que sirviera para ese fin.
- Romperle la cabeza con el escritorio de la oficina y aplastarle el cerebro hasta convertirlo en puré rojo.
- Golpearlo hasta hacerlo desaparecer de una vez por todas de la faz de la tierra.
- Etc.

Y no obstante, mientras meditaba en ello, sintió que alguien lo observaba ¿Has sentido eso alguna vez? Independiente de la manera en que tú estés: caminando, sentado, de pie, inmóvil, aquella horrible sensación de que hay alguien mirándote desde algún lugar cercano es paralizadora y definitivamente repugnante. Nicolás se sintió intimidado y una brisa estremecedora caló hondo su cuerpo. Paró un momento. Miró hacia atrás, miró hacia los lados, pero no vio a nadie. Siguió su paso como si nada, quizás para no pensar en el miedo ("el miedo al miedo es el peor miedo que existe", sentenciaba a veces). Aunque no alcanzó a dar ni tres pasos más cuando, repentinamente, esa misma sensación de observado lo invadió de nuevo. Mas esta vez fue peor, ya que aquella sensación estaba acompañada de extraños sonidos... parecían pasos, pasos de gente, o algo, algo corriendo, y sí, eran voces, voces incomprensibles, casi como susurros. Se asustó.

-¿¡Quién anda ahí!?- gritó.
-YO...- escuchó.

Y por favor, debes creerme: tanto fue el impacto al oír respuesta que se meó de terror, dejando un gran charco a su alrededor, que, segundos más tarde fueron hilitos de orina, y como broche de oro uno de los hilos orinativos fue a dar a la "cosa" que le había hablado. Era tan chocante verlo que Nicolás tuvo que abrir demasiado sus ojos y luego achicarlos para lograr enfocar su mirada y poder resistir la mirada penetrante de la "cosa-monstruo". Inmediatamente asumió que era uno de ellos, pues insistía (siempre insistió) en conocerlos como la palma de su mano. Los ojos de este Ser eran de un azul eléctrico, muy grandes y su cuerpo no se veía con total claridad, puesto que se hallaba en la penumbra. Tantas veces leyó sobre aquellas criaturas ficticias y tanto se emocionó creyendo, alucinando y ¡pff! ahora, frente a frente con uno de ellos se cagaba de miedo. Qué despreciable. Él se sabía despreciable, sin embargo, no sacaba mucho con autoflagelarse en esos instantes, puesto que su vida corría peligro (¿tanto así?).

De manera muy rápida el monstruo levanta su brazo apuntando hacia Nicolás y un destello de mil colores surge atravesándole las piernas, rompiéndole los pantalones, haciéndole sangrar antiguas heridas de batallas infantiles. Nicolás reacciona y trata de defenderse, se mueve, corre, mas en su intento por escapar tropieza con algo (nunca supo con qué) y cae, derrotado. Ante sus ojos: un par de piernas asquerosamente escalofriantes. Mira hacia arriba y el monstruo, ahora de ojos rojos, tan intensos como la sangre que brotaba de sus rodillas, esta vez se expresaba directamente:

-Humano, tu condena se acerca... NO HABLES- dijo.

Despertó en la estación de policía, entendiendo poco y tratando de no acordarse de lo ocurrido. Pero de igual modo no pudo dejar atrás el inusual suceso, pues la memoria, querámoslo o no, siempre se encarga de hacernos recordar lo que DEBE SER RECORDADO Y QUE QUEREMOS SEA OLVIDADO. Estaba detenido por ser el único sospechoso del incendio intencional de una de las tantas casonas que, con pedantería, conservaba aquel pueblucho en el que vivía.

Nicolás, impresionado de sobremanera con la detención -pues por más que lograra esforzarse removiendo entre sus recuerdos, en su memoria no encontraba el archivo del siniestro- suponía que todo había sido un malentendido. Seguramente alguien se había aprovechado de su ingenua manera y lo habían hecho culpable de algo que desconocía.

-A no ser que...- pensó en voz alta -las horribles criaturas de las sombras robaran parte de mis recuerdos y efectivamente yo haya cometido el delito...-

Estaba confundido, ahora más que nunca. Se encontraba en su celda, solo, con poca luz. Tenía miedo, estaba aterrado, sin embargo ¿por qué habría de tener tanto miedo? ¿era necesario? De igual modo no podía dejar de sentirlo.

Meditaba en su futuro, en el porvenir atestado de inútiles juicios que nada tenían que ver con él, y con matanzas y quizás qué cosas que fueran capaces de hacer los macabros seres-monstruos que acababa de "conocer".

Y sin previo aviso, todo se oscurece. La luz de la luna desaparece, los pobres focos de la habitación se apagan y... dos ojos, azules hacen su aparición. Nicolás grita desesperadamente, se toma de los barrotes y pide ayuda.

-¡Auxilio! ¡auxilio! ¡que alguien me salve de esta pesadilla!- bramaba.

Pero ya era tarde, nadie le escuchaba. El detective no estaba, los policías tampoco y allá afuera parecía no haber gente, era como si el pueblo entero hubiera desaparecido. Miró hacia la calle y vio que cientos de ojos azules y rojos se le aproximaban y vociferaban la palabra "CONDENADO". Pensó que moría. Y allí, en aquel instante de extremo nerviosismo entre estos dos seres, humano y monstruo, la criatura maldita, perversa, execrable antes los ojos de Nicolás, expresaba, tal vez por última vez.

-Tu condena, humano... TRABAJA Y NO HABLES.

Y de Nicolás... ni la sombra.



Mayda Plant

Octubre/2008

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